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Wednesday, March 23, 2022

Coloquio del Decano de Artes y Letras, Universidad de Sto. Tomás de Manila, 2000

  

La Historia filipina:  una nueva perspectiva

Elizabeth Medina

5 de Junio de 2000

(Charla en la Facultad de Artes y Letras, Pontificia Universidad de Santo Tomás de Manila).

 

 EXTRACTO:

    De un tiempo a esta parte hemos percibido un recrudecimiento notorio de la tendencia de algunos sectores de la sociedad nacional a manipular y acomodar la verdad publica sobre el ultimo medio siglo de la historia de Chile, a objeto de justificar determinados hechos, magnificar ciertos resultados y acallar otros; casi siempre, con el afán de legitimar algo que difícilmente es legitimable y tornar verdadero u objetivo lo que no lo es, o es sólo la autoimagen de algunos grupos.  Esta tendencia se ve facilitada por el acceso que esos sectores y grupos tiene, de modo casi monopólico, a los medios masivos de comunicación, lo que les permite, por la vía de una extensa e impositiva difusión, dar una apariencia de verdad pública a lo que es, en el fondo, sólo expresión históricamente distorsionada de un interés privado.

     La profusa difusión de verdades históricas manipuladas respecto a temas que inciden estratégicamente en la articulación de la memoria histórica de la nación y por ende en el desarrollo de la soberanía civil, nos mueve, a los historiadores abajo firman, a hacer valer el peso de nuestro parecer profesional y la soberanía de nuestra opinión ciudadana sobre el abuso que la difusión de esas supuestas verdades implica. 

...Cuando se respeta la voluntad legisladora de la comunidad ciudadana se respeta también, simultáneamente, el más fundamental de los derechos humanos: la posibilidad de que esa comunidad pueda construir por sí misma la realidad que se estime conveniente.  Cuando la soberanía ciudadana es usurpada por unos pocos, cuando esos pocos dictan leyes para pocos pero pretenden aplicarla para todos, cuando esas leyes se imponen por la fuerza de las armas y no por la voluntad libre e informada de todos los ciudadanos, no se está en presencia de la soberanía, sino de actos usurpatorios de soberanía.  Las leyes que se dictan en estado de usurpación soberana, no son legítimas.  Los tribunales, jueces y policías que actúan en función de ellas, no expresan la justicia soberana, sino intereses de usurpación y de los (pocos) beneficiados con ello.  No es verdadera justicia.  Los dispositivos legales que imponen los usurpadores para protegerse a sí mismos de la justicia soberana o de la justicia internacional, no son expresión de soberanía.  Son, simplemente, su burla. 

    ...La historia no es sólo pasado, sino también, y principalmente, presente y futuro.  La historia es proyección.  Es la construcción social de la realidad futura.  El más importante de los derechos humanos consiste en respetar la capacidad de los ciudadanos para producir por sí mismos la realidad futura que necesitan.  No reconocer ese derecho, usurpar o adulterar ese derecho, es imponer, por sobre todo, no la verdad, sino la mentira histórica.  Es vaciar la verdadera reserva moral de la humanidad. 

Santiago, enero 25 de 1999.

 

Lo anterior es una cita del Manifiesto de Historiadores[1], documento emitido en Santiago de Chile y firmado por 73 historiadores y académicos, la mayoría de ellos de tendencia izquierdista o de centro.  Sin embargo, el documento también incluye un comentario del historiador chileno viviente de mayor renombre, don Sergio Villalobos, de orientación conservadora.

 El propósito del Manifiesto fue someter a cuestionamiento tanto profesional como moral los “Fascículos de Historia” publicados por un historiador pro Pinochet, Gonzalo Vial, en el periódico santiaguino La Segunda.  Dichos fascículos son un resumen de la historia chilena entre los años 1964 y 1973 a base de la tesis central de que el gobierno de la Unidad Popular de Allende había llevado el país al borde de la guerra civil y el golpe de estado liderado por el general Pinochet en septiembre de 1973 la había efectivamente evitado.

 El Manifiesto ha sido traducido y difundido a través de toda Europa y los Estados Unidos, recibiendo el apoyo de historiadores internacionales y fue publicado a fines de 1999 en formato pequeño, incluyendo entre otras cosas, una declaración firmada por 36 doctores de historia norteamericanos.  La declaración consiste en su afirmación de que, a pesar de la política oficial de su gobierno de mantener el silencio sobre la cuestión de la extradición del ex general a España, están plenamente conscientes de la responsabilidad histórica de EE.UU. en el golpe de 1973 y respaldan el juicio internacional del ex dictador por crímenes de se-humanité.

 Uno de los puntos más relevantes del Manifiesto, en mi opinión, es la clara diferencia que establece que puede existir, como según él es el caso de la historiografía chilena, entre la historia oficial difundida por el estado y la otra historia que consiste en la memoria popular y la experiencia de lucha de cada generación en pos de construir la realidad que ve como la más favorable para su desarrollo, la realidad que aspira a lograr.  En una parte del citado documento se detalla los esfuerzos de historiadores chilenos por “reconstruir la historia social, económica y política de los pobres, marginados, explotados y reprimidos de Chile... —agrupados dentro y fuera de la universidad— desde, cuando menos, 1949”.  Tales esfuerzos buscan registrar los relatos de los protagonistas ocultos de la historia chilena: los sindicatos, la clase media con conciencia cívica, los campesinos y las minorías indígenas, todos ellos discriminados o abandonados por su gobierno a pesar de ser los constructores fundamentales del desarrollo y la identidad nacional chilenos.

El caso de Filipinas me parece que es otro ejemplo de la tesis de los historiadores chilenos:  en nuestro país también han existido dos historias, una oficial y otra real; una historia que aparece en los textos académicos y otra verdadera que mayormente pervive en relatos orales y en la memoria popular.  Sin embargo, creo percibir una dimensión adicional presente en la historiografía filipina que defino como un sesgo sutil --sesgo que si bien es difícil de captar para los filipinos,  resulta palpable para quienes estudian la historia filipina con criterio amplio y una mínima conciencia de sus predialogales políticoculturales--, una óptica distorsionada que fue introducida en nuestra historiografía posthispánica, en la historia oficial tanto como en la memoria popular, como resultado del hecho de que lo que se podría llamar el desarrollo de una “historiografía soberanamente filipina” (o sea, escrita por filipinos en el seno de la institucionalidad filipina) se inició durante el período de nuestra historia cuando el país había cortado todo vínculo con España y se encontraba bajo el dominio político y la influencia cultural de los Estados Unidos.

Más de un filipino al leer lo anterior pudiera pensar para sus adentros:  “–Otra vez, la historia filipina mirada desde la perspectiva extranjera.”  Sin embargo, no es tan así y pediría que se me escuche con un poco de paciencia.  El nuevo punto de vista que les presento no es la que antaño impuso la narrativa ––hoy en día rechazada–– del archipiélago que empezó a existir en 1521 cuando fue descubierto por Magallanes, cuya historia fue protagonizada y escrita por españoles, ni de aquel país cuyo entrenamiento democrático y debut internacional como una república fue el logro noble e inspirado de los EE.UU.

 

Es un hecho que nuestra historia oficial ha sido marcada y manchada por nuestro pasado colonial y por la mirada inevitable de la mentalidad colonizada. En el pasado se escribió sobre Filipinas invariablemente como una colonia española/norteamericana, o como una ex colonia todavía cargando con las consecuencias de su colonización.  El pendulazo, sin embargo, no se hizo esperar y después de 1946 surgieron las corrientes que han impuesto –- sea con la aprobación del genuino nacionalismo o de la demagogia política -- el dogma de que la historia de Filipinas debería ser escrita y enseñada sólo en tagalo y con el menor énfasis posible sobre las experiencias de colonización.

 

La nueva perspectiva no trata ni de la una ni de la otra sino que sugiere un enfoque que sería capaz no sólo de abarcar las dos sino a la vez dar un salto cualitativo más allá de la vieja dicotomía, rompiendo la perspectiva dualista del colonialismo versus el anticolonialismo.  Propongo situar Filipinas dentro de su verdadero contexto, el cual es un proceso histórico global, multicultural, multiracial, porque me parece que la Perla de Oriente precisa un engaste apropiado que nos permita apreciar la belleza y correctamente observar las dimensiones de semejante joya natural.  Tal enmarque ha de ser el mundo como un espacio totalizador, con su narrativa totalizadora y planetaria.

Si adoptamos la visión global y estructural (vale decir, en relación dinámica, en múltiples niveles y en simultaneidad con otras naciones, no aislada, estática y linealmente), inmediatamente percibimos el hecho que Filipinas evolucionó como nación dentro del contexto del Imperio español, el que a su vez se desarrolló dentro del proceso de la civilización occidental.

Mis compatriotas tal vez respondan:  ––Pero nuestro país está situado en el Lejano Oriente: ¡Filipinas es asiática, no es occidental!––.

Y les diría que sí, efectivamente, Filipinas es asiática por geografía; pero también es, por historia, cultura y sociedad, hispanoamericana.  Y fundamento el aserto en la premisa básica de la presente exposición:  que el ser humano, más que un ser meramente natural, es el ser histórico cuya experiencia cumulativa histórica y social continuamente modifica su entorno, tanto social como natural, y aun su misma naturaleza.[2]

Ahora bien, no se trata de afirmar que un solo enfoque posible para el estudio de la historia filipina y ciertamente la podemos estudiar dentro del proceso general de los pueblos asiáticos ––es más, deberíamos hacerlo.  Sin embargo, desde el punto de vista de la intencionalidad humana que irrumpió en el horizonte de nuestro mundo ancestral prehispánico, la llegada de las naos magallánicas fue sin duda el hito que marcó el inicio de nuestra difícil evolución hacia la transformación de aquel archipiélago en una nación-estado moderna.

El Contexto histórico general del descubrimiento del Archipiélago por España

 La Edad de los Descubrimientos y la Era de la Colonización fueron consecuencias de procesos mundiales que se iniciaron lejos de las costas de nuestro archipiélago, impelidos por naciones, imperios y civilizaciones, y marcados por hechos humanos definitorios, entre ellos los descubrimientos científicos del Renacimiento, las consecuencias económicas del descubrimiento por Marco Polo de la China, el surgimiento de los reinos de España a lo largo de 800 años de lucha contra los musulmanes, seguida por la expansión ultramarina durante la carrera con Portugal por una ruta a las especierías.  Carrera que llevó al descubrimiento de América y Oceanía, llamados inicialmente las “Indias occidentales” y las “Islas del poniente.”

El descubrimiento europeo del Nuevo Mundo impactó sobre los destinos de muchos pueblos y civilizaciones, cuyos descendientes hoy habitan las regiones denominadas como los Tercer y Cuarto Mundos, o sea, las ex colonias de España y de Portugal en América, Oceanía y África.

El continente y archipiélago que más tarde pasaron a llamarse América y Felipenas, respectivamente, fueron descubiertos y reclamados por los españoles y portugueses para el papa católico y sus monarcas entre 1492 y 1521.  Estas tierras fueron gobernadas y cristianizadas por los españoles y los portugueses de acuerdo con la misma forma mental (o sea, la de la superioridad de la raza blanca), un mismo patrón de desarrollo en ciernes (explotación monopólica, subsidio público/utilidad privada), y una filosofía común (la escolástica medieval).  El resultado fue el encuentro con las sociedades y comunidades nativas que habitaban aquellos inmensos espacios geográficos, las cuales habían logrado en aquel tiempo grados distintos de desarrollo social y estatal, desde civilizaciones cabales a cazadores-recolectores y tribus aisladas de la Edad de Piedra.

 

Para 1823, ya América hispánica se había emancipado.  Filipinas sólo ganó su independencia 75 años después, en 1898.  Sin embargo, fue inmediatamente invadido y anexado por Estados Unidos.  Hoy aquel entonces-emergente poder imperial ha extendido su poder al “patio de atrás” –América Latina- con características y consecuencias muy distintas, pero a la vez parecidas, para todos nuestros países y culturas.

 Cómo se nos enseñó la historia filipina

Seguramente mis lectores no encontrarán nada nuevo en lo que acabo de enunciar, sin embargo quisiera señalar lo siguiente.  Cuando era una escolar fui enseñada la historia de Filipinas desde una perspectiva aislacionista y fragmentada, lo cual me confundió y produjo en mí el registro de extrañamiento.  No se nos transmitió ningún contexto histórico, ningún antecedente sobre la formación de España como nación e imperio, ni tampoco recibimos información sobre las condiciones políticas y culturales entonces existentes en Asia y Oceanía.  La única contextualización que recibimos fue una descripción somera de las varias oleadas de inmigración al archipiélago en tiempos antiguos, de pigmeos y malayos/indonesios que se asentaron en las islas, y la sociedad de los barangay desarrollada por estos últimos.  Luego y sin más antecedentes que un resumen de la competencia europea por llegar a las especierías, leímos sobre la bula de Alejandro VI y la firma por Portugal y España del Tratado de Tordesillas. Acto seguido, Magallanes descubre las islas (en verdad fue nada más que el descubrimiento por los españoles, ya que muchos pueblos asiáticos ya sabían de su existencia siglos antes de ellos, pero se nos hacía entender que fue entonces cuando nuestro país cobró verdadera realidad), y la enumeración de las expediciones subsiguientes.  Pronto nos sumergimos en el sistema administrativo de la época española con su letanía de términos incomprensibles tales como “alcalde mayor”, “alguacil mayor”, “gobernadorcillo”, “alférez”, etc., y la cultura religiosa de Hispanofilipinas.  No hubo mención alguna de Hispanoamérica salvo para señalizar que el archipiélago fue regido a través del Virreinato de Nueva España y que el comercio de los galeones con Acapulco fue prácticamente la única actividad importante y lucrativa desarrollada en Filipinas durante 200 años, pero con muchas consecuencias nefastas que no fueron muy bien esclarecidas.  Durante todo el estudio de la época española, siempre volvíamos al mismo punto inexplicable, que Filipinas siempre fue un peso para la Metrópoli, sin embargo, su negativa a desprenderse de la colonia fue tajante, no importa lo desconformes que estuviesen los filipinos con su administración y el lastre económico que le significase mantener las islas como posesión española.  En otras palabras, incluso como colonia ¡Filipinas fue un fracaso rotundo!

Las cosas se tornaron interesantes a medida que nos adentramos en el período revolucionario, especialmente cuando estudiamos la ejecución de GomBurZa (la secularización de las parroquias no era del todo comprensible, pero pasaba – la alegoría del garrote sí lo era), las historias de Rizal, Bonifacio, Aguinaldo, la República de Malolos y la perfidia de Estados Unidos.  Pero justo en el momento cuando empezábamos a apasionarnos por esta historia, empezamos a estudiar un nuevo ramo llamado “Historia Oriental”, que nos volvió a confundir por su lejanía y sequedad.  Era de dificilísima asimilación precisamente porque la materia nos parecía tan desprovista de relación, extraña.  Leímos sobre el Imperio Madjapahit, las dinastías chinas, los taicunatos japoneses, las religiones orientales, y mucho más que no fui capaz de digerir y retener.

A continuación, en cuarto medio retomamos la historia de Filipinas para estudiar el régimen colonial estadounidense, pero no fue tan interesante como el período anterior porque mayormente trataba de legislación económica que resultaba incomprensible y controversias políticas agobiantes por un cierto trasfondo vagamente inquietante pero difícil de señalar con precisión, hasta que finalmente llegamos a la independencia en 1946.  Después de esta fecha, nos sobrevino más política y economía durante las presidencias de posguerra, con referencias de paso a revueltas campesinas y movimientos políticos de izquierda y del sindicalismo.

Salí de Filipinas en 1973 cuando mi familia se radicó en EE.UU. en el segundo año de la ley marcial de Marcos, y por lo tanto no puedo pronunciarme sobre los textos de historia y el tratamiento de aquel período y los años que siguieron a la dictadura.  Sin embargo, no creo que la presentación oficial de nuestra historia haya cambiado sustancialmente desde 1973, aparte de que hoy se la enseña principalmente en el idioma tagalo.  Me atrevería a afirmar ––y les pido me corrijan si yerro––  que nuestra historia aún confunde y extraña a nuestros escolares, les impone la creencia de que Filipinas no tiene vinculación alguna con América Latina (de hecho, apenas saben dónde se sitúa en el mapa, mucho menos cuáles son los países que la compone), y que por otro lado, su país tiene mucho que ver con Estados Unidos si bien de un modo equívoco y ambivalente, y que Filipinas es un país asiático que intenta superar la pesadilla de su occidentalización, y recuperar y afirmar su identidad y raíces auténticas prehispánicas.

Esto, cuando es incontestable que la historia de Filipinas es una síntesis de muchas historias, espacios geográficos, épocas temporales, razas, lenguas y culturas, y sólo puede ser comprendida cuando se la estudia como tal.

Una Historia compleja y surrealista

La nuestra es una historia compleja, que abarca espacios geográficos y culturales vastísimos, e incluso es surrealista y fantástica.   Ha tendido a ser utilizada en distintos momentos para servir como campo de lucha de ideologías en pugna o como un escenario para interpretaciones anecdóticas y paroquiales.  Claramente somos asiáticos por geografía y origen racial, pero por historia formamos parte de la civilización y la geopolítica occidental.  Podemos con todo derecho afirmar que somos Hispanoamericanoasiáticos – “americano” en el sentido de haber incorporado los legados socioculturales tanto norte como sudamericanos, no obstante nuestra ignorancia de nuestros vínculos históricoculturales y raciales con estos últimos.

En el interés de la brevedad no desarrollaré aquí mi percepción del impacto drástico y nefasto ejercido sobre la escritura y enseñanza de nuestra historia – y por consiguiente sobre nuestra identidad – de la historia oficial difundida bajo el régimen colonial estadounidense y, después de 1946, bajo las políticas educacionales que derivaron progresivamente hacia la orientación indigenista que prima hoy día, de tendencia no sólo anticolonial sino más aún, antiespañol.

Sí compartiré con ustedes mi descubrimiento y comprensión de la profunda importancia de nuestra herencia hispana, logrados durante 17 años de residencia en Chile, la observación de su realidad actual y el estudio de su historia.

Desconocimiento mutuo entre Filipinas y América Latina

Nuestro desconocimiento de América Latina es el producto de vicisitudes históricas y geopolíticas que éramos imposibilitados de prevenir ni encauzar, pero hoy en día estamos en buena hora para ponerle fin.  Se me conceptúa imprescindible para los filipinos el estudio de la historia, cultura y realidad de Latinoamérica por mi convencimiento de que sería la mejor herramienta para superar nuestro entendimiento imperfecto de nuestro pasado hispano.  Cuando logremos esclarecer y apropiarnos de nuestro propio pasado, podremos finalmente apoyarnos sobre la base sólida de nuestra olvidada y malentendida identidad hispanofilipina.  La identidad que, sin que nos percatásemos de ello, sigue viva en nuestro interior y en nuestra tierra.  En otras palabras, pende del esclarecimiento y la asimilación de nuestra identidad hispanofilipina, la potenciación de una nueva mística de filipinidad que tanta falta hace actualmente en la sociedad y el pueblo filipino.

Las mencionadas vicisitudes históricas hicieron que miráramos nuestra imagen en radical contraposición a la de España, y más tarde teñida de ambivalencia y contradicción, frente a la de EE.UU.  Estos hechos hicieron que fuera un imposible identificarnos ni con la una ni con la otra, tan distintas eran a la nuestra en tantos aspectos esenciales.  Habiendo perdido los pocos lazos que hubiéramos tenido alguna vez con Hispanoamérica ––sobre todo los vínculos logísticos debidos al comercio con México y Perú–– fue inevitable que los historiadores filipinos de las generaciones nacidas en el siglo XX dirigiesen su mirada cada vez más a Asia y nuestra identidad prehispánica, postura que paradójicamente fue formulada y difundida por nuestro héroe nacional, Dr. José Rizal, quien fue nada más ni nada menos que el prototipo por excelencia del hispanofilipino.

Debido a nuestra separación de América Hispana, no hemos podido aprender de su experiencia histórica y social, presentada en las obras de tantos escritores, historiadores y pensadores sobresalientes; obras que nos podrían haber esclarecido respecto de nuestra propia relación con nuestro legado hispánico y las dificultades que enfrentábamos para reconocer y encauzar de modo positivo el desarrollo de nuestra identidad cultural.

Latinoamérica ha estado igualmente privado de la oportunidad de aprender de nuestra historia y sacar provecho del estudio de nuestra experiencia histórica y logros culturales. No menos asombroso es la ignorancia de la mayoría de los latinoamericanos acerca de nuestra ubicación geográfica, así como del hecho que fuimos colonia española durante 88 años más que ellos.

La Importancia de una renovada comprensión del cosmos hispanofilipino

 

A no ser que nosotros, los filipinos de hoy, ensanchemos nuestro horizonte cultural e histórico para incluir en él el continente Hispanoamericano, seguiremos aquejados sin saberlo de una visión forzada y parcial de nuestra propia historia; seremos incapacitados para apreciar nuestro complejo y singular legado cultural e identidad.

Aparte del hecho que seguiríamos negando la profunda verdad de que la sociedad hispanofilipina sí existió: un mundo producto de siglos de evolución, una construcción cultural válida que incluía a todos quienes entonces habitaban el país, sin importar su linaje sangúineo, color de piel, clase social, nivel educacional, fe religiosa.  Los chinos y musulmanes igualmente estaban comprendidos e incluidos dentro de aquella cosmología hispanofilipina, aun cuando se encontraban en una relación de diferenciación radical de su patrón rector.  Sin perjuicio de aquel hecho convivían con los demás grupos comprendidos por esa sociedad – los filipinos cristianizados, mestizos, criollos y españoles – en relación dinámica, en un país que se había hispanizado de un modo único e híbrido, y cuyo desarrollo guardaba similitudes marcadas con el de las sociedades hispanoamericanas, incluso mucho después de la emancipación de éstas de la Madre patria.

La Generación de 1896 fue la coronación de aquella sociedad y cultura hispanofilipina, evolucionada a lo largo de 333 años de coexistencia con lo español, bajo el gobierno del imperio insular.  Podemos formular muchas críticas de aquella época pero si lográsemos ejercer un grado razonable de objetividad, o sea, si fuésemos capaces de volver nuestra mirada hacia el pasado con la actitud de dar de lado nuestros pre-juicios respecto de él, deberemos admitir el hecho de que la moderna nación estado filipina tuvo su génesis durante el período colonial español y no después, ni tampoco durante el régimen colonial estadounidense.  La Generación hispanofilipina de 1896 dio luz a la nacionalidad e identidad filipina, fueron los primeros filipinos.  Sin embargo, aquella generación no se componía de filipinos como somos nosotros hoy en día, conformaban un estirpe filipino bastante distinto.  Para hablar en términos generales, que no obstante son merecedores de respetuosa reflexión – son los primeros filipinos que toman la decisión, por primerísima vez, de forjar, colectiva y conscientemente, una nación.

Desde el punto de vista de los filipinos musulmanes, la decisión fue imperfecta, hay que reconocerlo, y fueron marginados de la articulación de la Constitución.  Sin embargo, los musulmanes se sumaron a la lucha para poner fin a la dominación española, así como a la resistencia republicana contra el invasor norteamericano.  Por ende, en términos morales e históricos, aun Filipinas musulmana formó parte de los procesos revolucionario y republicano.

 

El olvido del mundo hispanofilipino

 

Hoy por hoy van quedando en nuestro país contadísimas personas que conservan el vivo recuerdo de la personalidad, los usos y costumbres, los valores profundos —en fin, el alma, la esencia misma— de aquel desaparecido mundo hispanofilipino.  Los prejuicios modernos han creado y difundido la creencia sin fundamento de que los únicos hispanofilipinos eran los mestizos y criollos, los herederos de cutis claro y habla hispana de los kastila antifilipinos, quienes a su vez eran los dayuhan (extranjeros) cuya memoria mereció borrarse de nuestra conciencia.  Cuando la verdad es que existieron todos los tipos posibles de relaciones entre los heterogéneos grupos que constituyeron esa sociedad, y según el testimonio de un observador contemporáneo, W.E. Retana, eran precisamente los criollos y mestizos quienes a menudo fomentaban sentimientos antiespañoles entre los indios; cuando toda nuestra cultura es mestiza, nuestra nación entera es mestiza, dado que tanto la cultura como la raza filipinas han sido el resultado de muchísima mezcla, incluso antes de la llegada a nuestro suelo de los españoles, portugueses, holandeses, británicos, alemanes y norteamericanos; cuando la creencia de que no tenemos nada de lo hispano en lo más esencial nuestro, no es sino la piedra angular del credo impuesto a partir de 1901 por el poderoso advenedizo cuyos fines hacían imprescindible nuestra conversión a esa nueva fe.  Es un hecho que bajo el régimen norteamericano se arremetió contra nuestras instituciones educacionales para que se abandonase la instrucción pública y privada en el idioma español, pero aún así el inglés sólo pudo triunfar gracias al poder del tiempo por un lado, y de las telecomunicaciones por otro, que difundieron masivamente la cultura popular estadounidense, reduciendo la imagen hispanofilipina y su idioma anacronismos sin relevancia para la nueva juventud.  La difusión impositiva del inglés, la acción poderosa de la tecnología norteamericana y el moderno atractivo de la cultura popular que difundían arrasaron con la raigambre cultural tan dolorosamente lograda y cultivada con ahínco y fervor por la vanguardia cultural hispanofilipina durante las primeras décadas del siglo veinte. Se arremetió contra esa raigambre cultural, fuente de nuestros valores pre-norteamericanos, con la implacable violencia de un huracán.  Y se practicó en Filipinas la primera experiencia de reprogramación cultural masiva, confundiendo a las futuras generaciones filipinas hasta convencerles que lo auténticamente filipino no podía llevar ni una pisca de hispanidad; todo para indoctrinarnos mejor en el flamante culto al nuevo amo extranjero.

 

En el paisaje cultural introducido e institucionalizado por el poder de EE.UU., este último se convirtió en el nuevo centro de nuestro universo.  Adoptamos el patrón anglosajón como el mejor y más válido y era sólo cuestión de tiempo hasta que la última generación hispanofilipina muriera, desde la clase alta hasta la clase media y la clase de quienes habían conformado la servidumbre de habla hispana, para que Filipinas quedara en nuestras mentes como “The Philippine Islands” o “Republika ng Pilipinas”.  Finalmente, el chovinismo subyacente a equivaler la genuina filipinidad con hablar en tagalo elevó erróneamente a los tagalos como los filipinos más auténticos, como los que poseían el idioma más genuinamente filipino.  Cuando ser verdaderamente filipino nos exigía trascender el propio dialecto, la propia región –aun la propia fe religiosa- porque para llegar a ser Nación filipina, era primordial que fuésemos capaces de sentir orgullo y respeto por el propio dialecto e identidad regional, pero jamás con perjuicio de los demás dialectos e identidades regionales de nuestros compatriotas.

La República filipina de 1898 y las Repúblicas latinoamericanas

La República hispanofilipina fundada en 1898 se diferencia de las repúblicas hispanoamericanas fundadas entre 1810 y 1823 principalmente en que los fundadores de la República de Malolos eran racial y culturalmente heterogéneos, mientras que los padres fundadores hispanoamericanos en su mayoría eran criollos de las clases terratenientes.

Todos estamos familiarizados con las razones exógenas de la destrucción del proyecto de creación de una República hispanofilipina, pero se ha dedicado poco estudio y análisis a las razones endógenas, las cuales propongo guardan esencial relación con el problema de las microidentidades fragmentadas y enajenantes de los distintos grupos que protagonizaron el proceso revolucionario, aun cuando la imagen unificadora de la nacionalidad filipina se hubiera alzado en la conciencia colectiva con toda su fuerza y nitidez.  Tal vez los diferentes grupos hubiesen podido forjar algún tipo de modus vivendi o quizá habrían entrado en sucesivas luchas internas de poder tal como sucedió en el caso mexicano. No sabremos jamás la respuesta, ya que la invasión estadounidense catalizó una nueva polarización entre las facciones, por un lado revolucionario/republicana, y, por el otro, contrarrevolucionario/pro-norteamericana, con las consabidas consecuencias.

Hoy en día, tras generaciones de esfuerzos para minimizar la importancia de la cultura y la historia hispana para los filipinos, debemos reconocer la verdad de que es simplemente no científico seguir creyendo que 333 años de historia escrita –y más aún, vivida— como colonia española, como vasallos españoles, no hayan dejado huella alguna en nuestro alma filipina, en nuestra conciencia histórica colectiva.  Tal cosa es lisianamente inconcebible porque los seres humanos somos por esencia culturalmente permeables y no podemos sino existir en unión simbiótica con nuestro entorno, el cual es humano así como natural.  Basta mirar los grabados, dibujos, pinturas, fotografías del pasado hispano para percatarse de la realidad innegable de aquel mundo que fue habitado por la gama completa de seres y criaturas:  desde europeos y chinos hasta indígenas; desde gobernadores hasta súbditos; desde ancianos hasta jóvenes; hombres, mujeres y niños; residentes urbanos y campesinos – todos con sus máquinas, vehículos de transporte, animales, edificios, casas, herramientas, vestimenta, música, mercancías, rituales sociales, etc. Era de hecho un mundo de presencias heterogéneas y abigarradas, una mezcla de razas, códigos, rituales, idiomas, costumbres y credos.  No había presión para ser todos iguales, para comportarse de la misma manera, de hablar de una sola forma.  Más bien había graves problemas sociales y agravios políticos que demandaban solución, había un proceso que requería de urgencia el progreso social.  Había un pueblo que se encontraba parado en el umbral de la madurez, hacia el cual su mismísima Metrópoli lo había llevado; sin embargo, la Madre patria estaba inmovilizada y ella misma en crisis.

Complázcanos el hecho o no, sin perjuicio de nuestras particulares susceptibilidades políticas y culturales, aquel mundo hispanofilipino fue la cuna de nuestra realidad histórica y moral cual nación.

Incluso el Mindanao musulmán había reforzado su realidad cultural diferenciada y afirmado su identidad autónoma a lo largo de siglos de conflicto alternado con el establecimiento de pactos con el gobierno colonial español.

¿Acaso podemos negar los hechos, la realidad de nuestra evolución como pueblo sin consecuencias nefastas?  Igualmente imposible.  Lo que ha ocurrido, a mi parecer, es que al forzar una imagen histórica purista de nosotros mismos, hemos obrado precisamente obstaculizando la afirmación de nuestro desarrollo nacional sobre unas bases consistentes de auténtica identidad y realidad.  Y alejados de un contexto internacional mayor que pudiera reflejarnos lo errado de nuestra autoimagen originado por nuestro aislamiento geográfico e histórico, las cosas no podían ser de otro modo...hasta el advenimiento de la era de síntesis planetaria.  

La transición de la conciencia social externa a la interna

Según Arnold Toynbee a medida que el foco de atención de una sociedad o nación se vaya trasladando hacia la dimensión interna de la vida colectiva, va adquiriendo una mayor conciencia de sí, la cual señala a su vez el surgimiento de una nueva etapa de madurez.  Al principio el enfoque de la colectividad está puesto sobre los ámbitos externos de la existencia, vale decir:  la sobrevivencia a través de la consolidación territorial, la adaptación al entorno natural, el desarrollo de la técnica.  Con el tiempo, sin embargo, su atención se desplaza cada vez más hacia lo interno, hacia la coexistencia, la ética, la regulación de las relaciones sociales, el desarrollo del ser; en otras palabras, hacia la cultura, la codificación y externalización de su experiencia espiritual y de su carácter esencial como pueblo.  Esto al parecer empieza a ocurrir en el seno de pueblo filipino nuevamente, después de cien años de énfasis puesto en lo externo.

¿Acaso peco de presunción al hablar de una nueva perspectiva sobre nuestra historia, no siendo historiadora profesional?  Creo que al reflexionar sobre nuestra historia y ofrecer un aporte con una intención positiva y constructiva sólo expreso la inteligencia de nuestro pueblo y nuestra capacidad de autoobservación.  En la historia de nuestro joven país, el primer historiógrafo filipino no fue un profesional sino un escritor y crítico social:  Dr. José Rizal.  Aunque estoy lejos de afirmar que mi esfuerzo modesto se acerque al nivel de su labor, sin embargo, me atrevería a hacer el siguiente aserto, que creo el Dr. Rizal hubiese acogido:

 

El surgimiento de una inteligentsia independiente, autocrítica y de criterio amplio, compuesta por ciudadanos provenientes de todos los sectores sociales es indicador de una nueva etapa de madurez social.  Y una sociedad que sabe respetar a sus pensadores, artistas y otros miembres con conciencia social, que los valoriza y les abre espacios de participación como grupo sobre todo y no meramente como individuos, asegurará su propia viabilidad y capacidad de crecer en una dirección original y autodeterminada.  Desarrollará su propia identidad particular, original y positiva, la que siempre está basada sobre la conciencia de sí y del accionar autoorientada hacia metas claras y constructivas.

 

En cambio, una sociedad que margina y cierra espacios de desarrollo, expresión y participación a sus miembros más dinámicos, autocríticos y creativos en los ámbitos del estudio, pensamiento y creación artística – sobre todo aquellos no directamente relacionados con el comercio – manifiesta una falta de visión y tendencia autodestructiva, debido a su menguante capacidad de adaptar a las condiciones y exigencias de siempre creciente complejidad de la actual civilización humana.

Cuando una nación comienza a mirar hacía sí con honestidad intelectual y compasión social, se podrá esperar cambios radicales en su comportamiento, en las relaciones entre sus miembros, conjuntamente con un cambio en sus relaciones con otras sociedades.

Tengo una visión de Filipinas y de los filipinos como parados en el umbral de un gran cambio que traerá la reversión de nuestra relación poco esclarecida, mayormente externa y ambivalente con nuestro pasado y presente.  Como humanista que piensa y escribe sobre el proceso histórico de mi pueblo, mi tarea autoelegida es facilitar la realización de ese gran cambio en el ámbito de la reflexión e interpretación histórica, persuadiendo a mis compatriotas a hacer todo cuanto les sea posible de modo de ser los médicos obstetras y matronas del renacer de nuestro país, y no sus inquisidores y abortistas.

 

 

Conclusión

 

Se puede sintetizar la nueva perspectiva que proponemos para el estudio y la enseñanza de la historia filipina de la siguiente manera:

Si se quiere estudiar Filipinas desde el punto de vista de su ubicación geográfica, y el pueblo filipino como asiáticos cuya nacionalidad moderna fue formada en el transcurso de una historia de dos colonizaciones occidentales, separadas por un breve interregno en el cual nació la primera república de Asia, entonces el enfoque actual es una perspectiva adecuada y apropiada.

Más aún, si el interés consiste en estudiar Filipinas como parte de Asia y la historia puramente asiática de los filipinos, entonces se debe emprender la recopilación de todas las fuentes asiáticas que documenten las relaciones históricas entre los habitantes del archipiélago y otros pueblos asiáticos, antes y después de la colonización española, durante la existencia de la Primera república, y durante y después del régimen norteamericano.

Dicha perspectiva consistiría, sin embargo, de un enfoque más acorde con aquel de la historia oficial – un enfoque racionalista y asépticamente científica que crearía dificultades para entender a cabalidad la evolución nacional de Filipinas.  Nos permitiría aprehender el “qué” y el “dónde”, incluso el “cómo” de la República de Filipinas de hoy; pero no describiría ni esclarecería con rigurosidad el “quién” y el “por qué” del pueblo filipino.

Por otro lado, si se trata de entender el proceso humano histórico y la evolución cultural de los filipinos, entonces se requerirá un contexto más amplio y otros parámetros que permitan establecer relaciones de contigüidad, similitud y contraste entre Filipinas y otros procesos nacionales.  Al tomar el escenario asiático como marco de referencia histórico, sin embargo, al poco andar se descubre que Filipinas es un caso atípico.  Aunque existen otras ex colonias española en Oceanía, ninguna posee un proceso histórico que iguale o supere la complejidad del de Filipinas.  En términos de historia y cultura, Filipinas y los filipinos son en cierto sentido una aberración, una desviación, porque prácticamente toda nuestra historiografía nos sitúa dentro del proceso histórico y cultural de Occidente.

Por lo tanto, para comprender la narrativa históricocultural de Filipinas, su verdadera narrativa humana, la historia y cultura de América Latina ofrece los puntos de comparación y contraste más adecuados, como otro espacio geográfico y protagonista colectivo histórico que, al igual que Filipinas, experimentó una era preoccidental de desarrollo indígena, un encuentro paradigmático con Europa durante la Edad de los Descubrimientos, y la formación de culturas híbridas mestizas seguida por la emancipación y fundación de repúblicas que siguieron –- al igual que la nuestra -- el patrón occidental constitucional de gobierno.

Y llevando esta línea de pensamiento hacia su conclusión lógica, el macroproceso que constituye el continente tanto de la historia latinoamericana como la filipina es aquel de la nación e imperio español.

Por consiguiente, lo que Toynbee denominó “un campo de estudio inteligible” sería o la historia filipina estudiada en el contexto de la geografía asiática y las interrelaciones históricas entre los países y pueblos asiáticos, o la historia filipina dentro del contexto del proceso de formación y desarrollo del imperio español, y estudiada comparativamente con los procesos y culturas hispanoamericanos.

 

Postulo que tal como se estudia ahora, aisladamente y sin un claro contexto mayor como marco de referencia, o un marco de referencia que es errática y equívoca, que salta de Asia a Europa a los EE.UU., la historia y cultura filipina no constituye un campo de estudio inteligible.

 

Es mi opinión que el segundo marco de referencia (el hispanoamericano) también tiene sentido y utilidad para el actual momento de globalización en que la Cuenca del Pacífico adquiere creciente relevancia para Filipinas como una emergente esfera para relaciones y oportunidades comerciales ampliadas.  Pero más importante aun es que tal perspectiva sería beneficiosa para la revaloración y la comprensión desapasionada y equilibrada del pasado hispanofilipino, lo que creo firmemente es esencial para que podamos entender nuestra verdadera identidad y experiencia histórica.

Hasta el día de hoy, debido a la ruptura de nuestra identificación con el mundo hispanofilipino en 1898, la posterior desaparición de las generaciones hispanofilipinas, y la destrucción –sea material y evidente (el bombardeo de Intramuros, la demolición de estructuras de la época española y el descuido peligroso de nuestro patrimonio arquitectónico remanente) o implícito y cultural (la adopción irreflexiva de todas las cosas norteamericanas y la ya tradicional denigración de todo lo nativo) ––de aquella cosmología, nos hemos estado despojando de una herencia cultural preciosa y esencialmente filipina, en vez de estudiarla con seriedad y sacar fuerzas e inspiración de ella.  Al contrario, hemos tendido a apoyarnos solamente sobre nuestro ser norteamericanizado o sobre un ideal puro que es prehispánico, preoccidental, que es aún más remoto en el tiempo y que–– muy a pesar de nuestro deseo de creer lo contrario ––es un paradigmma demasiado elemental a estas alturas y consecuentemente no puede por sí solo sostenernos en la árdua tarea de responder con eficacia a los desafíos de nuestra actual realidad sincrética y compleja, no es capaz de depararnos la comprensión de nuestro pasado mediato e inmediato y cómo nos han llevado a nuestro presente.

En definitiva, si queremos ser holísticos y no discriminatorios hacia nosotros mismos, y trabajar por la unificación auténticamente filipina, entonces debemos unificar y plenamente integrar todos los períodos y etapas de nuestra historia:  la indígena prehispánica, la hispanofilipina, y la norteamericana; y fundirlas en una conciencia histórica integral del pueblo hispano-americano-asiático, llamado ‘los filipinos’.

En síntesis, postulo que nuestra historia oficial ha sido mayormente formulada desde una perspectiva naturalista, indigenista y asiática, y propongo que nuestra historia verdadera y nuestro proceso como nación estado, si bien se desenvolvieron en Asia y no obstante el hecho de que somos un pueblo asiático,  sólo es plenamente inteligible cuando aplicamos a su estudio un enfoque global y estructural, y la estudiamos dentro del enmarque mayor del imperio español.  La ventaja de esta perspectiva más amplia aplicada a la historia de Filipinas es que nos permitirá entender el pasado de una manera holística, y nos liberará de ciertos prejuicios frente a él que de hecho fueron impuestos por presiones ejercidas durante el régimen estadounidense, imprimiendo un sesgo anti-época española sobre nuestra historia oficial.  Cuando separamos nuestra imagen anticuada de los kastila (o sea de nuestra leyenda negra colonial) de los que son España y el pueblo español de hoy; cuando distinguimos entre la imagen degradada de los indios oprimidos bajo los kastila, y lo era un pueblo filipino nuevo, dignificado y poderoso, a través del estudio comparado de historia latinoamericana y la comprensión de la cultura hispana que tal estudio nos deparará, podremos percibir con mayor claridad nuestro verdadero pasado y presente.  La compresión de nuestra verdadera historia traerá como consecuencia una identidad filipina positiva que nos permitirá respetar todas las diferencias entre nosotros, pero a la vez nos hará valorar, por sobre todo, lo que nos une.  Entonces seremos potenciados para alcanzar el consenso y emprender la construcción del futuro al que aspiramos como nación y que percibimos como el más conveniente para todos.

 



[1] Sergio Grez, Gabriel Salazar (compiladores), Libros del Ciudadano, Serie Historia, LOM Ediciones: Santiago, 1999.

[2] Silo.

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